Algunas palabras en torno a la obsesión

 

Esta luz, este fuego que devora.
Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.

Este llanto de sangre que decora
lira sin pulso ya, lúbrica tea.
Este peso del mar que me golpea.
Este alacrán que por mi pecho mora.

Son guirnaldas de amor, cama de herido,
donde sin sueño, sueño tu presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.

Y aunque busco la cumbre de prudencia
me da tu corazón valle tendido
con cicuta y pasión de amarga ciencia.

Llagas de amor. Federico García Lorca

El hombre es el hombre que hace, el hombre que piensa, el hombre que juega. También, me atrevo a decir, el hombre que poetiza. Poetizar significa nombrar una cosa, encontrar el sonido apropiado para algo. La invención del lenguaje es la acción poética por excelencia, y podemos entender el significado de algo remitiéndonos a su sonido.

OB-SE-SIÓN… la aterradora ob como una cloaca en torno a la cual da vueltas el pensamiento, seguida por la severa repetición de la s, como un zumbido insoportable del que el obsesivo no se puede liberar, rematado por la lápida del acento agudo, que clava para siempre al individuo en la palabra. OB-SE-SIÓN: obsesivo es aquel que se no se puede mover sino en círculos, aprisionado por el cinturón de la ob, incapaz de dar un paso más allá, si no es entre los muros de un inextricable laberinto, donde a cada vuelta se encuentra con la misma idea, la misma imagen, el mismo pensamiento.

No hay lector más peligroso que el de un solo libro… los morosos lectores de la Biblia, cuyas acciones se significan todas alrededor de las ideas de condenación, gracia divina, sacrificio y pecado… no pueden dar un paso sin preocuparse por haberlo dado en falso, por haberse alejado de Dios, sin imaginar que ese mismo acto ha de ser juzgado el día del Apocalipsis. De la misma ralea son los lectores de la obra de Freud, que cargan como una culpa toda renuncia al principio de placer, que sienten la necesidad de hallar el motivo subyacente de todo, que temen constantemente haberse traicionado a sí mismos, a la verdad del inconsciente, ser víctimas de la represión y los mecanismos de defensa: toda idea, todo sentimiento, es sometido a un juicio severo; seguro se trata de otra cosa, seguro se engañan a sí mismos, el súperyo conspira en su contra. Y de la misma ralea los lectores de Marx, los lectores de Simone de Beauvoir, los obsesionados con el decadentismo francés, o los lectores implacables de los Estudios Culturales, de los Estudios de Género, poseídos por la angustia paranoica de la exclusión, de la injusticia, del complot permanente del patriarcado.

¿Peligroso para quién? Principalmente para sí mismos, pues la obsesión, en su cerrado círculo de eses y de oes, no pueden dar un paso más allá de cierta parte de sí mismos, como los habitantes del Inferno dantesco no pueden ir más allá del círculo al que los condeno su único pecado, aquel al que sacrificaron todas las otras cualidades de su alma, como los habitantes del Paradiso a la virtud que los fija para siempre en una de las partes del cielo eterno. La estructura de los distintos recintos del Inferno, el Purgatorio y Paradiso, es elocuentemente circular… y sin embargo, un rayo de esperanza ilumina el Purgatorio: sólo Dante es capaz de no sólo dar vueltas, sino descender al abismo del infierno, y de ascender en el cielo hasta la  contemplación de la Rosa Mística, pero los habitantes del Purgatorio son capaces de pasar por todas las espirales de la montaña, que conduce al Paradiso; son los únicos personajes con la capacidad de cambiar, de ir hacia adelante, aunque inevitablemente terminarán por detenerse en la contemplación de la rosa mística. Yo, al igual que Dante, quisiera que nunca terminara el viaje, porque andar es salir de la espiral, es ascender y no sólo dar vueltas: es vencer la obsesión.

Y es que la Divina Commedia es la obra maestra de la obsesión… Paolo y Francesca dan vueltas alrededor de su pasión, y la arquitectura esférica de la commedia da vueltas alrededor de la figura de Beatriz.

¿Cuál es el peligro de la obsesión? Nos priva del placer, del goce de vivir, pues la repetición lleva al hastío y al agotamiento. Nos coloca una venda en los ojos y nos ata a una sola idea: es un regodearse con el sufrimiento. Por eso, uno debería leer muchos libros, ver muchas películas, escuchar mucha música: no detenerse en un estilo, en un autor, en una corriente de pensamiento. Siempre permitirse cambiar de opinión, siempre conocer nuevas personas, pues el ser humano tiende a detenerse… por eso la necesidad imperiosa del Arte, que nos permite escapar, volar lejos de nuestro punto fijo y conocer otros aspectos de la realidad aunque, eventualmente, regresemos a nuestra cadena. Quizás no hay nada nuevo bajo el sol, pero ¿quién conoce todo lo que hay bajo el sol?

La vida es una constante lucha  contra la obsesión.

Porque si ausente está el objeto amado,
vienen sus simulacros a sitiarnos,
y en los oídos anda el dulce nombre.
Conviene, pues, huir los simulacros,
de fomentos de amores alejarnos,
y volver a otra parte el pensamiento,
y divertirse con cualquier objeto;
no fijar el amor en uno solo,
pues la llama se irrita y se envejece
con el fomento, y el furor se extiende
y el mal de día en día se empeora.
Si no entretienes tú con llagas nuevas
las heridas que te hizo amor primero,
y haciéndote veleta en los amores
no reprimes el mal desde su originen
y llevas la pasión hacia otra parte.

De la naturaleza de las cosas. Lucrecio

CÓDIGO ANGEL ANTONIO DE LEÓN

Ángel Antonio de LeónAutor: Ángel Antonio de León Actor, director, dramaturgo. Escritor aficionado, amante de la belleza y el psicoanálisis; freudiano convencido y apasionado. Estudiante de la carrera en Literatura Dramática y Teatro en la UNAM.
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