Somos polvo de estrellas: reflexiones en torno a 7 exoplanetas parecidos a la tierra

Tengo 24 años y mido 1.84 m, eso es ser alto para el mexicano promedio del centro del país. Toda la vida fui el larguirucho del grupo, iba hasta el final de la fila, las pocas veces que hubo alguien atrás de mí y debía levantar la vista para poder conversar, resultaba inevitable sentir que me había encogido unos centímetros, hasta me paraba más derecho para ver si así podía alcanzar a mi contrincante de altura, ellos me hacían recordar una cosa: siempre habrá alguien más alto que tú.

El ser humano tiende a tener delirios de grandeza, las grandes construcciones de poderosas civilizaciones conquistadoras lo demuestran: pirámides, obeliscos, el Empire State o la torre Eiffel. Los monumentos actuales cimbran sus bases a partir de “me gusta” recibidos en una foto en Facebook o Instagram. Somos tan ególatras que, durante siglos, creímos tener a todo el sistema solar girando alrededor de nosotros; incluido el sol, uno de los dioses más importantes de las antiguas creencias teológicas en diversas culturas (si no es que el más importante), daba vueltas en torno a nosotros. Cuando se propuso el sistema heliocéntrico, nos aterrorizamos tanto con la idea de ya no ser el centro del universo que el precursor de dicho descubrimiento, Galileo Galilei, fue llevado a juicio y obligado a retractarse, pero nuestros berrinches no importaron, nosotros ya no éramos los más altos de la clase, debíamos mirar hacia arriba y pararnos bien derechitos.

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El pasado 22 de febrero del 2017, fue anunciado cómo el telescopio espacial Spitzer de la NASA descubrió, en la constelación de Acuario, un sistema solar que orbita alrededor de Trappist-1, una enana roja del tamaño de Júpiter. Junto a ella se encontraron 7 exoplanetas (planetas fuera de nuestro sistema solar) con condiciones similares a las de la Tierra. Esto volvió a abrir el debate de la vida más allá de la Tierra. Nuestro universo se ha expandido un poco más.

“O estamos solos en el universo o no lo estamos. Las dos perspectivas son aterradoras”. –Arture C. Clarke.

La noche del descubrimiento tardé horas en dormir y al despertar tenía  agruras. Antes de acostarme discutía con mi hermano, quién es físico (o estudia para serlo) las posibilidades de encontrar vida en estos planetas. ¿Cómo sería? ¿Cómo conviviríamos con ellos? ¿Serían amigos o enemigos? Pero existe una pregunta aún más inquietante: ¿y si no existiera vida en esos nuevos planetas? La respuesta en definitiva perturba, porque la posibilidad de hacer contacto pronto sería menor. Seguro aquí muchos de los que leen esto  pensarán: “Éste tipo es un pesimista exagerado. ¡El universo es infinito! Si no hay vida en esos exoplanetas nos pasamos al siguiente sistema solar y así sucesivamente». Sin embargo, entre más nos acercamos a planetas inhabitados, pero con la capacidad de albergar vida inteligente, la probabilidad de encontrar a nuestros vecinos interplanetarios disminuye y se extiende la incógnita: ¿Somos el capricho de algún dios poderoso? ¿Por qué nuestro planeta sí y otros, con las capacidades para lograrlo, no? Si estos exoplanetas no albergan vida, ¿qué tan lejos está un planeta habitado (porque me niego a la idea de que estemos solos en el universo)? Probablemente nunca lo sabremos, o al menos no en los próximos siglos. ¿Cuánto tardamos en descubrir estos exoplanetas? Y sólo hablamos de descubrir, lo cual nos lleva a una pregunta más elemental, ¿podemos llegar?

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Teóricamente podríamos hacer el viaje, la distancia de la tierra a estos exoplanetas es de 40 años luz, relativamente poca en términos de distancias interplanetarias. Lo más «lógico» (digo lógico en unas enormes comillas) sería construir una nave que viaje a la velocidad de la luz, por lo tanto, el tiempo mínimo del recorrido sería de 40 años. Con los avances físicos, tecnológicos y de ingeniería, es prácticamente imposible construir una nave que viaje a esa velocidad (al menos en nuestros días). Además, dicha nave debe tener ciertas características técnicas para hacer que el ser humano pueda transportarse en ella. El físico Michio Kaku, en su libro La física de lo imposible, propone naves propulsadas por motores iónicos y de plasma, entre otros sistemas de energía. Sin embargo, esto no les permitiría viajar a la velocidad de la luz, quién logre construir una nave así no sólo nos llevará a otros planetas, sino que además veremos más cercana la posibilidad de los viajes en el tiempo… Pero ese es tema para otro artículo.

A partir de aquí podemos leer este ensayo como de ciencia ficción. Vamos a suponer que las agencias espaciales logran construir una nave que viaje la mitad de la velocidad de la luz. Esto significaría que a estos exoplanetas lograríamos llegar en mínimo 80 años. Si, en nuestro supuesto, la nave cumple con ciertos requisitos y el ser humano consigue viajar a esa velocidad, debería partir desde su nacimiento y pasar toda su vida a bordo de dicha nave. Entonces, si acaso mantuvo una salud favorable, lograría completar su recorrido en la tierna flor de su vejez sólo para hacer un ejercicio de reconocimiento y exploración.

Otra posibilidad sería buscar la forma de desacelerar nuestro envejecimiento orgánico. Tal vez la animación suspendida podría ser una opción. Entraríamos en un coma inducido para congelar nuestros cuerpos y así retrasar nuestra vejez. Muchos famosos, como Walt Disney, congelaron sus cuerpos después de la muerte para ser revividos cuando la ciencia médica logre encontrar una forma de hacerlo. Sin embargo, este método necesitaría un sistema de refrigeración especial y con cualquier fallo eléctrico en la nave correríamos el riesgo de perder energía y morir en el intento; éste tipo de casos se han dado en nuestro planeta. Además, no hay ningún estudio científico para demostrar que ésta teoría funciona. Seguramente, el padre de Mickey Mouse ya está bien muerto y la industria que lo mantiene congelado simplemente le drena millones de dólares a su empresa y a sus actuales herederos.

Una última posibilidad, una de las más interesantes, sería tripular nuestra nave más rápida con una comunidad preparada específicamente para vivir en el espacio durante siglos. El viaje duraría unas tres o cuatro generaciones. Nuestra tripulación crearía su propia civilización interna. Al igual que Moisés atravesó el desierto para llegar a la Tierra Prometida y aun así no pudo entrar, pues su pueblo debió esperar varias generaciones; encontraríamos una situación similar con nuestra tripulación, pues serían los bisnietos de los astronautas originales quienes explorarían estos exoplanetas.

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El panorama no es alentador, pues nuestro satélite más veloz viaja a un 20% de la velocidad de la luz. Si mis cálculos no fallan, tardaría 3.200 años en llegar al nuevo sistema solar. Mil años más de los que tiene la civilización moderna. Lo peor de todo: ese satélite es no tripulado, por lo tanto, es incapaz de llevar pasajeros. Nuestras naves tripuladas son aún más lentas.

Sin duda, las investigaciones en viajes espaciales tendrán un auge entre astrónomos, ingenieros, físicos y muchos otros especialistas. Será una carrera contra reloj, pues la NASA no es la única institución interesada en salir de éste planeta, muchos países tienen empresas, tanto gubernamentales, como privadas, interesada en los viajes tripulados; y aunque la privadas quieren volver dichos viajes tan comerciales como uno en avión, el objetivo de todas es el mismo: colonizar otros planetas.

Desde que el ser humano volteó a la inmensidad del universo y se volvió consiente de tener las habilidades para viajar más allá, comenzó a plantearse cientos de teorías relacionadas con contactos extraterrestres. Nuestros miedos se ven reflejados en la ciencia ficción y podemos verlos en libros como La guerra de los mundos de H.G Wells o la película El día de la Independencia, dirigida por Roland Emerich. En ellos se tantea la posibilidad de ser invadidos por seres de otros planetas. Sin embargo, esto es sólo una visión de nosotros mismos reflejados en el otro. Por siglo, el ser humano se ha dedicado a la autoconquista, pues nos atacamos en un ejercicio de poder que nace en nuestro complejo de superioridad alimentado por el ego. Existen textos que reflejan mejor esta situación, Crónicas marcianas de Ray Bradbury o Sector 9 de Neill Blomkamp, nos muestran a nosotros como los verdaderos invasores y probablemente esa será nuestra intención al momento de llegar a otros planetas. No hay más que ver nuestra insistencia de estudiar Marte para entender los enormes deseos de establecernos fuera de la Tierra.

“El problema del hombre no está en la bomba atómica, sino en su corazón”. –Albert Einstein.

Con noticias como el descubrimiento de los 7 exoplanetas, nos gusta pensar en nosotros como una civilización que cada vez se vuelve más avanzada, pero ésta afirmación se encuentra muy alejada de la realidad. El mismo día que la NASA anunció su espectacular noticia, la cámara mexicana de diputados discutía una ley laboral que privaba de ciertos derechos a los trabajadores (en varios medios se habló de disminuir el salario un 50% a quien se enfermara en el trabajo); en Estados Unidos, el presidente Donald Trump prohibía a las personas trangénero utilizar el baño de acuerdo a su identificación sexual. Vi, con tristeza, cómo muchas personas, tanto gringas como mexicanas, aplaudían ésta decisión en comentarios de Twitter y Facebook. En realidad, no existen pruebas psicológicas ni fisiológicas de que los miembros de la comunidad LGBT perjudiquen el desarrollo de una sociedad, la visión homofóbica se arraiga en la perspectiva de una comunidad conservadora que aún cree en mitos no comprobados de un libro escrito hace más de dos mil años. Incluso, la aceptación de la diversidad sexual ayuda a tener una visión más amplia del mundo, lo cual deriva en acoger nuevas teorías o postulados que en un principio resultan innovadores. Pasa algo similar con las bellas artes, que en muchos países son menospreciadas, sin embargo, sirven para estimular el cerebro (las visuales estimulan el hemisferio derecho y las lingüísticas el izquierdo). El hecho de acercarnos a la literatura, música o pintura, ayuda a mantener el cerebro activo de formas que los estudios lógico-matemáticos no explotan. Al funcionar como un todo, el cerebro necesita dichas estimulaciones para tener un mejor desarrollo. Esto nos lleva a abrir la mente, aceptar lo imposible, como la diversidad sexual y la vida en otros planetas.

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Según Michio Kaku, en el libro ya mencionado, existen tres tipos de sociedades. Tipo I: controlar las energías volcánicas, aéreas y eléctricas, entre otras, es decir, aquellas que pueden aprovechar los beneficios de todo un planeta. Tipo II: su energía proviene de las estrellas. Pueden desviar meteoros, cometas o controlar tormentas soleres, además, cuentan con la capacidad de mover su propio planeta. Tipo III: conocen y tienen acceso a la energía brindada por la galaxia: agujeros de gusano o puertas espaciales.

Nosotros pertenecemos a una civilización del tipo 0 y estamos a cientos de años de llegar a ser una civilización planetaria, es decir, del tipo I. Esto se debe a que, mientras civilizaciones más avanzadas podrían alimentarse de energía estelar, nuestra principal fuente proviene de animales muertos hace millones de años y que ahora generan petróleo por el cual luchamos de forma encarnecida y provocas guerras terribles con el simple objetivo de concentrar sus beneficios en un sólo pedazo de tierra.

Estamos muy preocupados por enriquecer un sólo territorio y beneficiar a un grupo reducido de personas, no entendemos lo insignificantes que somos ante el universo. Podríamos unir nuestros recursos y beneficios a todo el planeta para crear una sociedad más avanzada y así conocer el espacio exterior, sus recursos y virtudes. Estamos aún muy distanciados de otras galaxias, de otros mundos. No somos más que el suspiro de una estrella amarilla que en un abrir y cerrar de ojos se esfumara en el cielo cósmico.

Sin duda, el espacio es un sitio fascinante, repleto de incógnitas y misterios. El ser humano, en su infinita curiosidad, no puede darse el lujo de dejar sin explorar todo lo que le rodea dentro y fuera de la Tierra. Tenemos un ego enorme, pero poco a poco nos damos cuenta de nuestro verdadero tamaño, somos apenas una partícula de polvo, estamos flotando entre las estrellas y para entender qué hay más allá, debemos comenzar en casa, conocer nuestros recursos y cómo podemos aprovecharlos al máximo. Nos queda un camino muy largo, la distancia es avasalladora, simplemente estamos a 40 de años luz de habitar otro planeta.

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Alejandro Rodríguez CastilloAutor: Alejandro Rodríguez Castillo Nací el 22 de Enero 1993 en México D.F. Estudiante de 7° semestre en la licenciatura de Lengua y literatura hispánicas por parte de la FES Acatlán. Recientemente publiqué el libro titulado Bestiario de las siete creaturas soñadas (2016) por parte de la editorial El Nido del Fénix.

 

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