Volvieron y fueron miles

Han pasado 30 años desde el primer gran movimiento estudiantil en América Latina que comenzó a notar los grandes pasos rumbo a la privatización que venía dando la nueva “época” de globalización y representaciones brutales del liberalismo económico. Son los últimos años del gobierno de Miguel de la Madrid en este país y comienzan a sentirse los olores a podredumbre del Revolucionario Institucional mucho más que en sexenios anteriores. Es 1986, el Club de fútbol América sigue en una época gloriosa de campeonatos, las presentaciones de Caifanes en Rockotitlan son cada vez más frecuentes y la crisis soviética ya empieza a provocar oleadas que pocos años más tarde van a resquebrajar el muro de Berlín.

Durante la última parte del gobierno de Miguel de la Madrid  se comenzó a resquebrajar de forma importante el apoyo popular al hegemónico PRI y comenzaron, a la par de otras tensiones internacionales, las críticas a la forma de gobierno que habían tenido los presidentes de México.  Este caos no va a pasar desapercibido en la Universidad y va a comenzar a gestarse un movimiento estudiantil, 19 años después del de  1968, que pasara a la posteridad como uno de los más interesantes respecto a su estructura y al dilema autoritario que enfrentó  encarnado en la figura de Jorge Carpizo, rector de la universidad en aquellos años e impulsor de un paquete de reformas que detonaran el movimiento que este ensayo pretende analizar.

Esto no es una cronología de los actos que llevaron a la creación y la consolidación del Consejo Estudiantil Universitario, más bien intenta ser una propaganda con toda la intención política de que los estudiantes, que hoy pisamos las instalaciones de Ciudad Universitaria y que seguimos con la oportunidad de pagar 50 centavos para una inscripción de una licenciatura, puedan entender que el activismo en la Universidad no siempre estuvo tan alejado de la comunidad estudiantil y que ser activista, en la época del CEU, no se trataba de vender tacos de guisado a las afueras de la Facultad.

Así, en este túnel del tiempo que no está construido para convertirse en proyector de acetatos políticos de mala calidad, tenemos que regresar a abril de 1986: Jorge Carpizo, rector de la UNAM lanza un documento ante la opinión pública y los medios de comunicación denominado “Fortaleza y debilidad de la UNAM”. El abogado Carpizo acaba de provocar que arda Troya porque su gran propuesta se basa en justificar los problemas de la Universidad -por medio de incontables estadísticas-  con el argumento de la pésima calidad de estudiantes y profesores y la necesidad de medidas de aislamiento que vayan logrando una “selección natural” en el ambiente académico. Así, entre otras cosas amables, propone la exigencia de un promedio alto para el pase automático así como la reducción de oportunidades para extender el tiempo de estudio en la licenciatura.

¿Cuál es la lección de este intento de no clase de historia de los movimientos estudiantiles? Hablar y si acaso, con mucha vanidad, intentar que el lector imagine una reunión entre burócratas académicos aprobando reformas elitistas y un grupo de estudiantes que fueron elegidos como consejeros. Sí, como esos que hoy en día todavía buscan el voto en los colegios de las facultades. Así, dentro del sueño del lector quiero introducir a un estudiante de posgrado, harto de 16 horas de reunión y sabiéndose perdedor gritar antes de retirarse: ¡Volveremos y seremos miles!

Lo demás, tal cual un Espartaco moderno, es historia. Historia de la que es necesaria rescatar para que la siguiente ocasión que se dispongan a elegir consejeros estudiantiles o, en ámbitos más generales, representantes populares, tengan en el imaginario colectivo presente a un grupo de estudiantes, muchos de ellos de nivel bachillerato, evitando que la Universidad fuera integrada al proyecto neoliberal.  El CEU, con dirigentes como Imanol Ordorika, Carlos Imaz y Antonio Santos, logró lo que ningún movimiento de la Universidad ha podido volver a hacer: sentarse a dialogar, cara a cara, a las autoridades con los estudiantes.

Sí, hubo una huelga y pararon las clases pero la diferencia entre esos estudiantes y nuestros actuales “representantes activistas” es que los primeros supieron retirarse cuando se había alcanzado la meta principal: evitar las reformas. Todo gran jugador de apuestas sabe retirarse en el momento idóneo, y el activismo político en la Universidad es una apuesta diaria por la congruencia y el bien colectivo de la comunidad estudiantil. No les haría nada mal a los “okupas” del Justo Sierra leer sobre cómo se gana el apoyo de masas, verdadero y combativo, de la comunidad estudiantil sin hacer de los espacios excluyentes, diría Pacheco que son “todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años”.

 La influencia de los liderazgos tuvo mucho que ver con encontrar la salida donde el movimiento supiera sacar el mayor de los triunfos y sobre todo no desgastarse en aras de perder todo lo que habían ganado. Distintos fueron los delegados que lograron su cometido y que llevaron la voz estudiantil hacia oídos de una autoridad burocrática que no pensaba el tamaño de la decisión que tomaba en abril de 1986 cuando se escuchaba a un consejero estudiantil citar a Espartaco. Ese consejero era Imanol Ordorika en la sesión del 12 de febrero:

“…Una frase que quizás se vuelva histórica, pero no era nuestra, era de Espartaco y decía: «Volveremos y seremos miles». Y somos miles por la fuerza de la razón, porque para tener a miles de estudiantes y profesores al lado nuestro hemos tenido que argumentar, hemos tenido que convencer, porque no tenemos ni un ápice de poder ni económico, ni legal, que nos haya permitido construir un movimiento que hoy ya nadie puede negar; tenemos sólo el poder de la razón, y el poder de la razón ha hecho que cientos de miles llenen las calles de esta ciudad exigiendo una nueva universidad…”

Y sí, volvieron, fueron miles…

Tonatiuh TeutliAutor: Tonatiuh Teutli
Estudiante por las mañanas de Estudios Latinoamericanos en la UNAM y por las tardes de Antropología Social en la ENAH. Eterno aficionado de la cultura popular, los diarios privados y el activismo político.