Poesía persa: Vis & Ramin de Fakhraddin Gorgani, parte 1.

SOBRE LA TRADUCCIÓN (Fernanda Piña)

El poema de Vis & Ramin fue escrito por Fakhraddin Gorgani en Isfahan en algún punto entre 1050 y 1055 retomando la tradición pre islámica de Irán. Se trata de un poema narrativo que cuenta la historia de la relación entre Vis y Ramin, dos hermanos de leche. La traducción que presento es una versión prosificada basada en la traducción al inglés realizada por Dick Davis. La traducción de Dick Davis parte de tres ediciones impresas del poema, la editada por Mohammad Ja’far Mahjub, la edición japonesa de Emiko Okada y Kazuhiko Machida y la edición de Mohammad Roshan, así como de un manuscrito preservado en la Bibliothèque Nationale en París. La versión original se presenta en copla heroica que fue replicada al inglés por Davis en la forma de pareado pentámetro. Yo sacrifiqué la forma versificada con el fin de darle prioridad al contenido de la traducción inglesa y lo presento como prosa. En este fragmento se narra el trato que realiza Shahru con el rey Mobad con respecto al destino de su hija. El resto del poema será publicado por entregas en Primera Página.

VIS & RAMIN

El comienzo de la historia

Hallé una antigua historia que recitan los hombres para amenizar la vigilancia de la noche. Vivió una vez un rey, tiempo atrás, que reinó gloriosamente. Todo lo que quiso lo obtuvo. Los mandatarios triviales se inclinaban ante su trono, subordinados a este rey feliz, cuya dignidad y esplendor se alzaba más allá del resplandor de los cielos cambiantes. La legendaria opulencia de Korah y Kasra no se acercaba a la magnificencia de este rey. Era un león en la guerra y era generoso como una nube de abril que llovía felicidad.

            ¡De qué banquetes y festejos este rey sería anfitrión en la corte para celebrar la primavera![1] Contaba con hombres nobles de cada pueblo como invitados y mujeres de gran belleza y renombre, desde Rey, Gorgan, Shiraz y Khorasan, Azerbaijan y la lejana Isfahan; Bahram, Roham de Ardebil, Viru Ramin, Goshasp de Daylam y Shapur también. Del gran Gilan allí estaban y con el rey estaba Zard, su confidente en todo; su hermano, el ministro en quien más confiaba, el primero de sus cortesanos y su consejero.

            El rey, rodeado por sus nobles, se sentó en su corte como la luna llena en el cielo, sobresaliendo entre las estrellas. Nadie lo igualaba en fama o resplandeciente realeza. Este soberano tenía por nombre Rey Mobad, y desde sus ojos irradiaba luz como el sol que a todo el mundo ilumina. Sus nobles eran como leones formados en filas; las mujeres de la corte, como ciervas agraciadas. Los leones dirigían vistazos anhelantes y los ciervos regresaban las miradas con fiereza y sin mostrar miedo alguno.

            Los cálices circulaban, todos llenos de vino hasta el borde, como soles que pasaron del signo al signo estelar y botones de flores establecidos en la abundancia como el pensamiento. Monedas de oro fueron lanzadas a la multitud de abajo. Una nube de almizcle quemado llenó todo el aire, tan fragante como el cabello de una encantadora mujer. Los músicos bebían, cantaban y contaban sus historias y las rosas escuchaban los quejidos de los ruiseñores. La corte del rey sonaba con alegría, a lo largo y a lo ancho las festividades llenaban todo el campo. Los hombres salían de sus hogares a celebrar la llegada de la favorable fecha de la primavera y diversas melodías se escuchaban en ascenso desde cada planicie y prado hasta los cielos.

            Tantas flores ahora amontonaban la tierra. La vista era como el toldo sembrado de estrellas de la noche. Ahora toda la gente usaba tulipanes en su cabello. En cada palma anidó una copa de vino. Algunos montaron sus caballos árabes a través del día, algunos cantaban y bailaban para alejar sus agotadoras preocupaciones, algunos bebían su vino rodeados de dulces rosa, algunos salieron a los prados a recoger ramilletes y, por todas partes, los nuevos botones de la primavera hacían a la tierra tan adorada como fino brocado.

            El rey se unió en sus placeres. Se montó sobre un elefante cuyos adornos espléndidos brillaban con plata, oro y joyas, de manera que parecía ser un resplandeciente mar que brillaba y destellaba. Los jinetes lo precedían a lo largo de la planicie y, después de él, iba un tren variado de camadas y ondas brillantes, que traía a las adorables mujeres de la corte real. Y así, mientras iba, esparcía su generosidad, confería justicia, bienestar y felicidad. (Así es como se debería vivir. Intenta, si puedes, dar gozo a tus hombres. Ni los generosos ni los arrogantes sobreviven, así que expande toda la alegría que puedas mientras estás vivo). Paso una semana y por todos lados el rey procedía. El placer también estaba ahí.

Las mujeres buscando en la corte del rey

Entre las nobles, mujeres observadoras que acompañaban al monarca, estaba Shahru, la adorable, bien nacida reina de Mahabad. Azerbaijan ha mandado a Sarv-e Azad. La hermosa Abnush vino desde Gorgan y Naz Delbar estaba ahí proveniente de Dehestán, de Rey ambas Dinargis y Zaringis, de Kuhestán Shirin y Farangis. Desde Isfahan llegaron dos radiantes hermanas, una era Abnaz y la otra era Nahid. Golab y Yaseman habían sido llevadas allí. (Sus padres eran ambos ministros de dicha corte). La encantadora niña del noble rey de Saveh llegó y con su resplandor avergonzó a la primavera. Naz, Azergun, Golgun, cuyo brillo en su rostro era como un sonrojar del color de la sangre propagándose en la nieve. Todas estaban allí, justan con Sahi, la esposa del rey, espléndida en su dignidad. Su cuerpo era como la plata y su rostro competía en gracia con la luz de la luna.

            Un millar de jóvenes sirvientes, con trenzas de violeta y pechos de jazmín[2] atendían a estas princesas –muchachas provenientes de Occidente, Turquía o China- tan elegantes como esbeltos cipreses. Sus cinturas estaban ceñidas con oro y joyas y en sus cabezas brillaban discretamente unas diademas. Entre estas mujeres provenientes de sitios lejanos se vanagloriaban como halcones y pavo reales orgullosos aquellos encantadores ojos que se asimilaban a los de los ciervos parecían hechos para asesinar a los leones que los perseguían como a sus presas.

La más encantadora de todas las bellezas que adornaban esta gran asamblea era Shahru, un ciprés en su esbelta elegancia coronado por el sol en su magnificencia. Sus labios de rubí escondían perlas relucientes, su vestido y cara competían en hermosura: dos maravillas lado a lado, como si cada una hiciera a la otra verse como el más adorable brocado. Sus labios eran azúcar y cada diente, una gema. Sus palabras salían como si la dulce azúcar las cobijara. Dos aromáticas trenzas descendían de su corona, dos entrelazadas y torcidas cadenas que caían como cascadas donde resbalaban cincuenta rizos de almizcle perseguidos cada uno hasta debajo de su encantadora cintura. Sus ojos, como dos narcisos, parecían acoger brujería y magia negra. Una luna de belleza era cuando se sentaba y hablaba, un ciprés en movimiento cuando se levantaba y caminaba. La brisa de la primavera sentía pena ante su rostro. La esencia de la madera de aloe se encogía en vergüenza ante su fragante cabello. Era una joya ataviada en joyas, tanto plata como oro brillante se hacían más hermosos cuando ella los portaba, aunque era hermosa sin falsedades.

Mobad hace una propuesta a Shahru y ella le hace una promesa

Un día ocurrió que Mobad, por azar, fue lastimado por lo radiante de esta luna llena, este ciprés de plata, este ídolo que parece siempre estar sonriendo y cuyo nombre era Shahru. Ella fue convocada al trono real y se sentó a su lado, solitaria. Él le regaló rosas, cuyo brillante rosicler resplandecía con todos los colores que sus mejillas ahora mostraban y, amable y suavemente, con repetidas sonrisas, con felices, vacilantes y majas persuasiones, le dijo: “tu belleza me hace ver lo maravilloso que sería pasar tiempo contigo. Ahora, si tú estuvieras de acuerdo en compartir tu vida conmigo aquí, como amiga o como esposa, te compartiré mi reino. Nunca nos separaremos, pues para mí tú eres más preciada que mi corazón. Me presentaré ante ti como tu esclavo. Te haré reverencias así como ahora el mundo me las hace a mí. De todo el planeta te he elegido a ti y te miraré con amor hasta el día de mi muerte. Sacrificaré mi corazón y mi alma por ti. Lo que tú quisiera ordenarme será lo que haré. Si te quedas conmigo día y noche, cada noche será de día para mí, inundada por tu luz, y si contemplo tu rostro constantemente, para mí cada día será como el primero de la primavera”.

            Cuando Shahru escuchó al rey, sonrió y dijo: “¿por qué estas fantasías habrían de llenar su mente real? Aparte, mi señor, no soy merecedora de la amistad que usted me ofrece, o de su amor. Debido a que estoy casada con otro hombre, ni siquiera podría considerar esa propuesta, además ya soy madre. Mis hijos han crecido para ser buenos príncipes, merecedores de un trono, el mejor de ellos es Viru, quien podría pelear con éxito contra el poderoso mamut. Usted nunca me vio en mi juventud, ¡fue en ese entonces cuando merecía ser amada por los hombres! Era tan dulce, estaba tan lista para el romance, era un majestouso ciprés en mi elegancia. Ahora el viento se ha llevado de mi trenzado cabello todos los encantadores aromas que en él yacían. El sol y la luna ya no resplandecen por mí. Sin embargo, en mi primavera, yo era un sauce que florecía al pie del suave fluir de las corrientes. Todo esto ya ha pasado, se fue como se desvanecieron mis sueños. En algún momento, por donde caminaba se mantenía la esencia del jazmín por años antes de que su potencia comenzara a evaporarse. Mi belleza capturaba entonces a los reyes y mi aliento regresaba a los hombres a la vida desde su lecho de muerte. Mi vida ha alcanzado ahora su otoño. Veo la primavera y toda su dulzura arrancada de mí. Mi piel está seca y en mi cabello de almizcle pueden contarse hembras de blanco alcanfor. Mi rostro ha perdido su encanto. La adversidad ha arqueado mi cuerpo de ciprés de cristal. Es peor que lamentable pretender que se es joven aun cuando su vida está cerca del final. Si me comportara como alguien joven a pesar de mi edad aparecería repugnante a su vista”.

            Mobad respondió: “desearía que la madre que llevaba una tan encantadora luna que hablaba como tú en toda la alegría, dulzura y deliciosa comida y pueda donde creciste ser por mucho tiempo próspero y fuerte. Eres tan encantadora en una edad madura, en verdad, ¿qué eras entonces en la primavera de tu juventud? Si ahora se me presenta la flor marchita a quien puedo bendecir mil veces todos los días, cuando era un capullo ¡cuántos hombres a quienes les robaste el corazón te habrán amado en ese entonces! Si no serás mi amante y mi esposa, si no me otorgarás felicidad y vida, dame entonces a tu hija. Tal vez su jazmín esté unido con lealtad, árbol noble. Cada hija que tú engendres deberá ser, como tú, tan blanca y dulce como jazmín. Querida Shahru, en mi palacio, cuando todo esté dicho y hecho, tendré el esplendor de un sol deslumbrante. Si tuviera el sol del amor aquí, ¿por qué habría de preocuparme por el sol que ocupa el cielo?”

            Shahru respondió: “Nunca pensé ni vi un mejor yerno: si tuviera una hija en mi casa, mi señor, sabría entonces cuál es mi deber, tiene usted mi palabra, pero no tengo ninguna. Si doy a luz a una niña, se la daré. Usted será mi hijo.” Mobad irradiaba felicidad y, de la mano, ambos hicieron un pacto que ninguno podría revocar. En seda, en almizcle diluido en agua de rosas, escribieron que si Shahru tuviera una hija, todos sus pretendientes serían hechos a un lado: sólo Mobad podría reclamarla como su esposa.

            Observa ahora qué problemas vinieron con este trato en el que han arreglado el día de la boda de una hija sin nacer.

[1] El poema abre con la celebración del regreso de la primavera (cuando cae el Año Nuevo Persa) en la corte del rey. Esto se convirtió en una forma tradicional de empezar romances y otro tipo de poesía narrativa en la Persia medieval así como en la Europa medieval.

[2] La violeta y el jazmín se relacionaban con el cabello y los pechos bellos, respectivamente. Existen algunas comparaciones convencionales del cuerpo en la poesía medieval persa, casi todas basadas en las características de la naturaleza así como en piedras preciosas y metales.

El resto del poema será publicado por entregas, mantente atento a la revista.

Fernanda PiñaAutor: Fernanda Piña Escritora de ficción, no ficción y rock, que es un poco de las dos. Editora en Jefe de Poolp Mx (poolpmx.com) y colaboradora en otros medios.