Sobre fundamentalismo y otras intolerancias religiosas

Hace unos días, el 11 de septiembre de 2016, se recordó el atentado de las torres gemelas. Quince años después de aquel acto de violencia, la exclusión -como característica humana- sigue intacta. El Islam es muy probablemente la religión más odiada por la mayor parte de la gente y lo más triste es el desconocimiento de los cimientos que conforman esa creencia.

Cabe destacar que ambos choques de los aviones no fueron únicamente los ataques hechos, también colisionaron otra aeronave en la sede del Departamento de Defensa de los Estados Unidos -el Pentágono-; además de un ataque fallido que se estrelló en Pennsylvania. La imagen destructiva de los ciudadanos afectados se volvió viral por el país que es E.U. y el contexto mismo.

Osama Bin Laden y su grupo Al-Qaeda fueron los culpables de lo sucedido. Los contraataques norteamericanos; sin embargo, no se difundieron tanto -ésta es una constante actualmente con las agresiones a Siria que ocasionaron el exilio de miles de personas- y la cantidad de muertos sigue escondida entre la penumbra del humo de las balas y de las bombas.

Por su parte, el Estado Islámico (organización ligada fuertemente con Al-Qaeda) se ha vuelto en la actualidad una sinécdoque -figura retórica que designa el nombramiento de la parte por el todo- del Islam en general. De hecho, los actos violentos de este tipo tienen un origen en común: el fundamentalismo. Ésta definición puede aplicarse a cualquier religión si se sobreinterpreta rígidamente cada uno de los dogmas de la creencia.

Por ejemplo, el judaísmo también posee creyentes extremistas. Ellos argumentan que si existe un lugar prometido por Dios, nuestro presente -nuestro mundo- debe ser la contraparte: el infierno que debe acabar para lograr la ascención divina. Así, los actos violentos sirven para lograr el propósito de la destrucción.

En el caso del Islam, la yihad pertenece a uno de los cinco pilares de la fe. Lo anterior significa que -además de la peregrinación, la sharía o declaración de fe, la limosna, el rezo- la yihad forma parte de los lineamientos de la fe en el islamismo; esto también es denominado como «gran guerra santa», la cual evoca la lucha contra el mal por medio del amor de Dios o de Alá. Algo completamente distinto de lo que nos han hecho creer.

El Estado Islámico es una potencia en lo económico; además, con el paso del tiempo un número mayor de personas ingresan a la organización por la ignorancia o las amenazas. Sin embargo, no puede declinarse la responsabilidad de las atrocidades ejercidas por estos medios.

«La violencia -bien dicen en la película 12 horas para sobrevivir: El año de la elección- es nuestra nueva religión.»

El «horror antropológico» de Todorov -teoría que expresa la exclusión de ciertos principios por ser desconocidos para una sociedad determinada, en la cual lo «descubierto» es denigrado e incomprensible- sigue aún vigente. El rechazo de lo irreconocible lamentablemente es una característica inherente del humano, prueba de ello son las religiones afectadas por las generalizaciones de ciertos grupos, debido a los seguidores extremistas.

La fe también es una esencia viva entre los hombres, pues su relación directa con la esperanza es un puente directo con el aliento. El problema reside, entonces, en la práctica fundamentalista de los preceptos religiosos. El hombre debe cimentar nuevamente su fe en sí mismo, aún cuando aparentemente una divinidad nos justifique como existencia. De este modo, la libertad residirá constantemente en la relación del yo con otro yo aún más profundo, una especie de «yo divino», sin extremismos ni fundamentalismos.

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