Fragmentos de una sombra (Cuento ganador del concurso del Coloquio de Letras Hispánicas 2016)

 

Fragmentos de una sombra

Por Carlos Rgó

 

I

Detuve las manecillas del reloj para escribir el sueño de anoche. No he escrito ni uno este mes. Soy Victoria Escalera y desde niña preferí la comodidad de mi cuarto a una calle rodeada de sombras en el pavimento. La casa en la que aprendí a caminar y a leer era de color azul. Yo vivía ahí cuando llegaron tres nuevas chicas a la casa, hijas de la nueva familia de mi madre. Su llegada me hizo sentir que yo era la nueva. Jugábamos hasta el amanecer sin que nadie nos detuviera. Nuestras mañanas eran tardes y nuestros atardeceres la medianoche. Platicábamos encima de hojas blancas y colores de madera. La mayoría de las veces bastaba con dejar de ver un objeto o a una de las chicas para que una situación se transformara. Nos encantaba apagar la luz a los adultos en sus reuniones. Para nosotras, la oscuridad era la oportunidad de conocer otra cara de las personas. Nos mudamos cuando la casa empezó a perder su color. Desde el día de la mudanza he soñado un edificio con muros de librero: mi único sueño recurrente hasta ahora. Los libros en lo más alto del muro-librero preservan un misterio insondable para mí, lo mismo que los arquitectos que construyeron la escuela.

II

El día de mi cumpleaños las tres niñas que jugaban conmigo, con sus distinguidos esposos fueron las primeras en llegar. Mamá llegó sola; mi padrastro murió al caer de un caballo y quebrarse el cuello, según contaron los periódicos. A papá le colgaba su próxima esposa del brazo izquierdo, una joven de mi edad con sombrero azul. Mi hermana estaba poseída por uno de los artefactos que más odio: un celular. Cada vez que ella hablaba con una persona veía esa cosa. Un día me enojé tanto que le grité: ¡Ojalá pronto tus manos estén tan débiles que no puedas levantar un dedo!

Y funcionó. Desde ese día, cada vez que me acerco a ella para platicar guarda su celular.

Uno de los esposos me siguió cuando fui al baño. Tuve que esperar en el pasillo para entrar. Mi próxima madrastra tenía una vejiga muy parecida a la mía. El pasillo que da al baño tiene tres cuadros colgados en la pared, los conservo como el recuerdo de mi viaje al desierto. Las fotos en ellos muestran las dunas que vi durante una semana. El esposo acosador se colocó entre dos cuadros, y dijo: Te he visto antes, en una carnicería. Entré a preguntar dónde… Lo siento. No te recuerdo. Y si es así, ¿qué quieres que te diga? Tienes razón, parece que hablo conmigo mismo cuando te hablo. Soy Carlo.

Ahí me contó sobre su viaje al desierto. Su historia encajaba con la mía, pero la suya era todavía mejor, tanto que no me despegué de él en toda la fiesta. La curiosidad pronto se convirtió en atracción. Seguro algún ave observó cómo sus ojos se posaron en los míos esa noche. Ahora mismo duerme en la habitación de huéspedes. Escribo a mano para no molestar a nadie con las teclas de la computadora y no prendí la luz de la sala, uso una vela para alumbrarme. El silencio es absoluto, ni las manecillas del reloj hacen ruido. Las sombras de los objetos bailan al ritmo de la llama; mis emociones están despiertas y espero el amanecer. Mañana visitaré Hayu Marca en Perú.

 

III

Carlo es parecido a mis sueños. Él es alto como un librero. Sus brazos son dos ramas de árboles frondosos en los que se mece algún ave y su caminar es un río de ficción dentro de una historia verídica. Me cautivó su mirada a un lado del desierto.

 

IIII

―Deberías dormir. Mañana sales temprano y desvelarte no es buena idea.

La voz parecía venir de afuera. Sin sobresaltos, me levanté y caminé hacia la ventana. Escuchar voces por el cansancio era demasiado, pero no descarté la posibilidad.

―¿Sobre qué escribes? ―Trato de recordar el sueño de anoche, le contesté.

Me tallé los ojos. Caminé al interruptor de la luz, y justo antes de tocarlo, estalló la voz. ―¡No! No la prendas. Eso significaría mi muerte.

En un relámpago comprendí que una sombra me hablaba desde la mesa. ¡Por eso bailan, porque están vivas!

―Yo lo diría en singular: soy una sombra, no muchas.

Entonces prendí la luz. El relieve de los objetos era distinto en la oscuridad, reflexioné en un parpadeo. Recordé de inmediato que no quería despertar a nadie y apagué rápido las luces.

―¿Por qué lo hiciste? Te dije que desaparecería ―No; dijiste “muerte”, subrayé sin molestia, mientras mis ojos intentaban sin éxito ver a través de la oscuridad.

―Exageré un poco ―replicó la voz.

Tropecé y empujé una silla. A punto de caerse, la sombra se estiró, y como un imán la regresó a su lugar.

―Puedo mover cosas, darle otro aspecto a los paisajes, incluso enamorar a las personas. El tiempo que tarda tu vista en acostumbrarse a la oscuridad, también me pertenece.

 

V

Pensé que te habías desmayado, pero solo dormías. Es peligroso dejar las velas prendidas, Victoria, pareces una niña pequeña ―me dijo Carlo. Vi una silla caerse y un azul coloreó el interior de mis párpados. ¡Victoria Escalera! , escuché que me gritaban. Me estaba quedando dormida en los brazos de Carlo, mientras los ojos de mis familiares observaban la escena.

VI

Exhausta de un sueño que empezó en su niñez y continúa en los brazos de Carlo, Victoria Escalera busca el azul del cielo en los brazos de un hombre que está configurado entre paisajes y memoria. Una lechuza se posa sobre una rama para observar detenida el universo que a ustedes les está vedado. Soy la sombra de Victoria Escalera y personifico lo desconocido para ella, como su final.

 

VII

Mis ojos veían a través de la ventanilla las nubes en forma de dragón. Al enfocar mi vista en el interior del avión tuve la certeza de ver el azul que rodeaba la casa de mi infancia. El azul tapizaba los asientos, el contorno de las ventanillas, incluso el uniforme de las aeromozas. El descubrimiento recorrió mi estómago y explotó en dos pesadas lágrimas. Cuando Carlo las notó, detuvo las lágrimas en una mano y empezó a contarme sobre la primera vez que estuvo en Perú, aquella vez él lloró igual que yo. El paralelismo sonó infantil y torpe. Me trata como a un personaje, pensé. Él no me veía, se veía a sí mismo en mí. Se lo dije. Y peleamos durante el vuelo. Ni siquiera mis hermanastras lograron reconciliarnos.

 

VIII

La serenidad tardó unas horas en llegar. Hacia la madrugada, dejé la cama y prendí una vela en lugar del foco de la habitación. Entonces empecé a escribir el sueño de anoche: El vendedor de la carnicería me hacía las reverencias habituales cuando alguien entró a pedir la ubicación de la gasolinera más cercana. Su auto dejó de funcionar, supuse. Mientras, observaba la carne fresca en las vitrinas e imaginaba a los vegetarianos como personas muy perversas. Cuando acabaron de hablar, el carnicero siguió en su papel y me cobró con una sonrisita en el rostro, sospecho que fue por mi cumpleaños. Si me felicitó una docena de veces, no exagero. Al salir de la carnicería vi un auto con la puerta abierta y la llave puesta, subí sin pensarlo mucho. Tomé el volante con las dos manos y arranqué lejos de ahí. El pie en el acelerador me hizo sentir aliviada.

 

VIIII

¡Victoria, abre la puerta! Un fosfeno coloreó el interior de mis párpados. La voz de Carlo, cada vez más distante, perdía fuerza. En su lugar una voz me pedía recordar el azul del cuarto de mi niñez. De inmediato vi el cuarto con ropa en el suelo, útiles escolares, mi cama y el librero que compartía con mis hermanastras.

―¿Me ves? ―Sí, estás a un lado del librero.

La sombra era tan negra, tan viva. Me asomé por la ventana del cuarto y cruzaron a gran altura unos pájaros; volvieron de nuevo y se mantuvieron un rato inmóviles para finalmente perderse en un inmenso cielo azul. Adiviné que Carlo estaba por gritarme y tocar. ¡Victoria, abre la puerta!

―Lo desconocido no puede desaparecer, Victoria Escalera. Carlo es uno de tus personajes favoritos, como tú lo eres para él. ―Balbuceó la sombra.

No le pregunté nada más aunque sentí muchas ganas de hacerlo. Mis párpados cayeron como dos navajas sobre el cuello de un criminal.

 

La vela en el suelo inició un incendio en el cuarto, afortunadamente, Victoria Escalera descansaba lejos de ahí. Las manecillas del reloj volvieron a avanzar.

 

Semblanza de Carlos Rgó

 

 

Con estudios en Letras Hispánicas y Filosofía, al autor le interesan las artes plásticas y el cine.  Actualmente trabaja temas de intermedialidad entre la literatura y las artes visuales para entender la lectura como un fenómeno visual antes que uno legible.

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